domingo, 14 de mayo de 2017

Inmigración, realidad social y populismo.

En poco tiempo he tenido la oportunidad de realizar dos viajes profesionales a lugares bien distintos. La ciudad de Toronto en Canadá y la ciudad de Béziers en Francia.
Nada tienen que ver ni es su contexto, ni en su historia, ni en su tamaño ni siquiera en su clima.
Lo cierto es que cómo se percibe en ellas la integración de las poblaciones inmigradas es tan distante que me ha propiciado una reflexión al respecto.

En Toronto también existen barrios étnicos. La gente tiende a agruparse, pero en ningún caso se acercan al concepto que tenemos de gueto. Las distintas étnias y orígenes ; árabes, indios, chinos, polacos, italianos,... han tenido la oportunidad de progresar en todos los ámbitos profesionales y entre la gente joven se observan cuadrillas en las que las diferencias de color de piel no son un obstáculo para la relación y los proyectos conjuntos. La ciudad está limpia y se respira bienestar.

La ciudad de Béziers en cambio, en especial su hermoso centro histórico tiene el aspecto de un gueto en si mismo. Las calles y edificios están abandonados, la población  es mayoritariamente africana y da la sensación de que los franceses desertaron de ella.  Se evidencian las dificultades económicas en el estado de los portales de las casas, de los vehículos aparcados y en el nivel del comercio.

Y ante esa comparación odiosa entre el paraíso canadiense y la realidad de Béziers sólo falta escuchar que "afortunadamente la ciudad se está recuperando lentamente desde que gano las elecciones Robert Menard del Frente Nacional".

No me cabe duda de que los ciudadanos de ambas ciudades "per se" no son ni mejores ni peores. En Béziers no han abrazado el frentismo por alguna tendencia innata o cromosómica, de la misma manera que tampoco los alemanes de entreguerras aceptaron el nacional socialismo por intrínseca mala Fe.

Hoy Canadá aparece ante los ojos del mundo como un país acogedor, de los pocos que ha hecho efectiva la aceptación de desplazados de la guerra de Síria, pero la realidad tiene matices importantes.

Canadá  viene aceptando emigrantes de forma ordenada desde hace mucho tiempo. El país no es frontera natural con ninguno de los países de origen de los desplazados que acoge lo que le ha permitido modular la entrada en función de la demanda interna de mano de obra,  y así ha podido evitar la generación de bolsas de inmigrantes sin trabajo y sin medios como sí ha ocurrido en Estados Unidos y Europa.

Todos los indicadores económicos certifican que la inmigración tiene un efecto positivo (vease https://twitter.com/TheEconomist/status/863683200463372289) pero es obvio que la integración social es harto improbable cuando la llegada es masiva y desordenada como fueron las llegadas de Magrebies a Francia hace ahora 50 años.

Cuando vemos las muertes en el Mediterráneo todos quedamos con el corazón partío. Pero créanme, acogiendo de manera indigna, insuficientemente preparada, desatendiendo a los llegados el día después,... muchos que hoy cuelgan el cartel de  #volemacollir acabarán votando a nuestro Le Pen de turno.

La cuestión es que el numero de emigrantes que podemos acoger no és un numero exacto sino que es función de la partida presupuestaria que estemos dispuestos a sustraer de otros conceptos para dedicarla a "formación e integración de nuevos ciudadanos".  Todo indica que de hacerlo correctamente no se trataría de una partida de gasto sino de inversión. Eso sí,  quedarse a medias es tanto como sentar las bases de un futuro populista radical.

El dilema moral tiene enjundia. Abrir las puertas tiene un efecto llamada que haría inviable la partida presupuestaria citada -ni los más concienciados podrían aceptar tamaña  renuncia a otras partidas- y con las puertas cerradas no sólo la muerte si no la radicalización en las zonas emisoras no dejará de crecer.

En el Sur de Europa lo tenemos además más difícil. Confundimos el principio de subsidariedad con la adquisición de un derecho, por lo que las partidas de apoyo se autoengrosan a medida que sus beneficiarios descubren los mecanismos de percepción y perpetuación. Aunque este tema es todavía mas complejo y controvertido así que lo dejaremos para otro post.

Una política migratoria generosa pero rigurosa y sostenible junto con una cooperación internacional efectiva, evitando en ambas el despilfarro y la corrupción, son el único camino posible. Donde están los políticos capaces de explicar y actuar para al mismo tiempo no perder votos?