lunes, 1 de enero de 2018

Leyendo los resultados elctorales del 21D

Las elecciones catalanas de 21D han dejado claros algunos aspectos. La altísima participación, del entorno del 80%,  deja ningún espacio a la especulación sobre la existencia de minorías silenciosas.   Lo que se ha dicho, es irrefutable.
Nadie en su sano juicio y de buena Fe puede defender que lo que estaba en juego era la elección de una propuesta política para la gestión pública del próximo cuatrienio. Creo que, al menos en eso sí,  habrá consenso en admitir que estas elecciones, establecidas por arte del 155 y no por quien legítimamente hubiera tenido la potestad de proponerlas, no eran una contienda normal.  En ella se dirimía la supremacía de dos posiciones evolucionadas hasta el antagonismo. La posición constitucionalista (en cursiva plagiando al Juez Emérito Pallín) y la soberanista.
El punto esencial clarificado es la situación de empate entre ambas posiciones. Ninguna está por encima de la otra, porque si juntando los equidistantes a los constitucionalistas estos  ganan en votos, los soberanistas lo hacen en escaños sin necesidad de aquellos.
Que ciudadanos ha obtenido como partido el mayor número de votos, aglutinando el lado unionista, es obvio pero es una victoria penosa en tanto que ha crecido a costa de su propio posicionamiento en la contienda.  Podemos intuir que los votantes del bloque que apostó por el 155, han castigado la tibieza de Rajoy y la ambigüedad del PSOE. Ciudadanos nació para combatir al catalanismo desde el principio y los votantes se han puesto a su lado.  Sin embargo, en futuras contiendas, municipales, autonómicas y estatales, donde la cuestión sea la “normal”, la de ofrecer un proyecto de gestión, ¿mantendrá Ciudadanos al PSOE bajo control y al PP bajo su zapato? Me temo que no. Se ha manifestado un sentimiento de agravio a través de Ciudadanos como instrumento. No es imaginable que ciudadanos pueda abstenerse de tantos cafés como para pagar campañas nacionales con la intensidad de esta última.  Lo cierto es que la mitad de los votantes han dicho que quieren seguir siendo españoles y eso es indiscutible.
La respuesta del bloque soberanista en circunstancias tan especiales a expresado de forma tajante su propio sentimiento de agravio. No cabe duda de que la proximidad en el tiempo de la fórmula represora empleada por el Estado para impedir el referéndum y la propia aplicación del 155 que no han sido sino la culminación del proceso de reconducción para-constitucional del estado de las autonomías, iniciado por el PP con la recogida de firmas y seguido con la derogación del Estatuto por el TC, ha espoleado si cabe una respuesta contundente. De hecho el sorpaso de Puigdemont  a Junqueras tiene mucho que ver con este sentimiento y la voluntad de restablecer la dignidad de las instituciones catalanas.  Es una victoria sobre el miedo. El miedo al cambio de statu quo, a la represión policial, al juego soterrado del CNI, a las amenazas económicas e incluso a las militares.
Pero la victoria del soberanismo en la contienda también lanza un mensaje claro. La mitad de los catalanes perdonan la ingenuidad con la que se ha llevado adelante el procés, (-“no pensábamos que el Estado estuviera dispuesto a todo”)  al tiempo que aceptan la frustración de la DUI virtual y avalan evitar la violencia como bien superior. La reducida cosecha de votos por la CUP parece también indicar que se da por entendido que la unilateralidad no tiene futuro. La sociedad catalana, la soberanista,  ni tiene ni ha tenido entre sus planes alzarse en armas. Parece que los que siguen la doctrina del difunto Mazas siguen sin verlo así.

También ha quedado claro que muy pocos confían en una tercera vía.

Nos encontramos en un empate que enfrenta posiciones antagónicas, pero tiene sentido esperar un desempate?  No cabe duda de que habrá movimiento de votos en el futuro. No todos los que han votado a C’s lo seguirán haciendo ni todos los votantes de JxC son estrictamente independentistas.
Durante la noche electoral escribí que nos hacían falta políticos magnánimos, que con una generosa buena gestión político-económica harían decantar la balanza, y que visto el estado de las cosas, eso era más factible del lado soberanista que del otro.
Lo cierto es que dado el fundamento sentimental de la discrepancia, el desempate es posible de un lado o del otro pero si sólo acontece con un baile de 5 a 10 puntos, primero la nueva situación sería muy volátil y segundo no resolvería el problema. Unos no podrían construir una República con más del 40% del país en contra, ni se acabará el procés si el 40% tiene continuamente que  tragar desequilibrios en las balanzas fiscales (finalmente reconocidos hasta por el ABC) y falta de respeto a la Lengua y a las instituciones . Lamentablemente unos son fábrica para los otros.  Aznar, Soraya, Rajoy, el que nos recordaba la muerte de Companys,.. siguen siendo el mejor fertilizante para el independentismo.
Sólo se vislumbran dos caminos para una solución definitiva:
O bien los soberanistas se arman de paciencia para que con magnanimidad y buena gestión , caminando dentro de la Ley, alejándose de posiciones de conflicto…. logren alcanzar una mayoría superior al 80% de tal manera que ni Mr Tajani  pueda apuntar objeción alguna. Cuestión posible en una o dos generaciones.
O la mitad constitucionalista apoyada por el resto de España, haciendo gala de la inteligencia que no ha mostrado MRajoy y de la magnanimidad de la que no ha hecho gala Felipe VI sea capaz de ofrecer una tercera vía que colme las expectativas de los soberanistas menos radicales.
Puede ser que esta tercera vía tenga mal encaje en nuestra Monarquía Parlamentaria y sólo sea posible en una República Federal.
Los portavoces de la derecha española, se esfuerzan por repetir que el nacionalismo es insaciable, que siempre querrá más, y que por tanto no tiene sentido el pacto. Quizás olvidan que fueron ellos, como mejor que yo describe el catedrático Pérez Rojo, quienes rompieron el pacto de la transición.

Los discursos Navideños de distintos Presidentes autonómicos no dejan demasiado espacio para el optimismo, y el augurio, de no entender en positivo un acuerdo federal es el avance quizás lento pero imparable de la opción soberanista. Ustedes mismos.

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